Hace unos meses tuve el placer de viajar a Londres con mi amigo Alex, un autóctono innegable. Y cuando digo innegable, me refiero a que si le pides direcciones en cualquier parte de la ciudad, no solo te dice por dónde ir, sino que te cuenta la historia de cada edificio por el que pasas. Vamos, un Google Maps con anécdotas incluidas.
Viajar con alguien de la propia ciudad es una experiencia maravillosa. No solo evita que te pierdas en el metro (porque aceptémoslo, el mapa del Tube parece diseñado por alguien con ganas de poner a prueba nuestra orientación), sino que también te lleva a rincones que jamás encontrarías en una guía turística. Y en mi caso, me llevó a uno de mis lugares favoritos en cualquier destino nuevo: los supermercados.





Sí, has leído bien. No el Big Ben, ni el Tower Bridge, ni los museos. Los supermercados. ¿Y por qué? Porque como buena diseñadora de packaging, sé que un supermercado es un reflejo puro de la cultura de un país. Ahí es donde realmente descubres qué come la gente, cómo lo presentan y qué colores, formas y tipografías utilizan para convencerte de que ese paquete de galletas es el mejor de todos los tiempos.
Desde los clásicos de Tesco hasta los sofisticados de Waitrose, cada supermercado tenía su encanto. En uno encontré patatas fritas con sabores que parecían retos de «¿Te atreverías a probar esto?» (sabor a desayuno inglés completo, en serio). En otro, botellas de leche con diseños tan elegantes que casi daban ganas de usarlas de florero. Y no hablemos de las cajas de cereales, que bien podrían ser piezas de arte pop.
Nice to meet you, London
Pero más allá del diseño, lo que realmente me fascinó fue ver cómo cada cultura se refleja en los envases. En Londres, por ejemplo, los colores y las imágenes suelen ser más sobrias y minimalistas en comparación con otros países. La elegancia del té inglés se nota incluso en la forma en que presentan las bolsitas de Earl Grey. En cambio, los snacks van en la dirección opuesta: llamativos, vibrantes y con claims que prometen experiencias casi místicas en cada bocado.
Así que sí, mientras otros turistas volvían con souvenirs de Buckingham, yo me llevaba cajas de galletas con un diseño espectacular. Porque para mí, ahí estaba la verdadera esencia del viaje: en los pequeños detalles del día a día que nos muestran cómo vive y consume la gente de otro lugar.

Si alguna vez viajas a otro país, te recomiendo que te des un paseo por un supermercado. Te prometo que aprenderás más de la cultura local que en cualquier folleto turístico. Y si eres diseñador, prepárate para una sobredosis de inspiración entre pasillos de latas de sopa y paquetes de pasta.
Ahora dime, ¿cuál es la rareza que más te ha sorprendido en un supermercado extranjero?